Devocional

¡Qué seguridad! – Salmo 121

niña durmiendo abrazando su peluche, título del blog ¡Qué Seguridad! - Salmo 121

En medio del dolor, la ansiedad, la aflicción, el Salmo 121 nos recuerda de donde proviene nuestra seguridad. Acompáñame a una memoria que me permitió entender mejor el cuidado de Dios.

Uno de mis mayores miedos

A través mi vida he sentido miedo en diferentes ocasiones. Una de ellas marcó mi vida y aún la recuerdo claramente. Tenía alrededor de 6 años y acababa de ver la película Child’s Play (Chuky); mi vida y mis noches jamás fueron igual. Pero encontré una seguridad.

El temor que se apoderaba de mí era tal que una luz permanecía prendida en mi cuarto toda la noche y no me quedaba en la cama ni cerraba los ojos si mi papá no estaba ahí conmigo.

Aún puedo verlo pacientemente sentado entre mis peluches, leyendo alguna revista, esperando a que me rindiera del sueño.

Lo recuerdo ofreciéndome diferentes opciones que me brindaran algún tipo de seguridad, pero yo las rechazaba y refutaba todas con un argumento “válido” dejándolo sin más remedio que quedarse allí sentado.

Niña durmiendo en la cama, con su papá sosteniéndole una mano y su otra mano sobre la cabeza de la niña. Una ilustración del cuidado de Dios expresado en el Salmo 121

Lo único que me daba seguridad era que él estuviera en mi cuarto y me “defendiera” en el momento que ese muñeco maligno viniera por mí.

En mi mente inocente creía que mi papá no se movía de ese lugar en toda la noche. Yo podía dormir porque pensaba que él no dormía, que siempre estaba al pendiente de mí.

Antes de dormirme profundamente, si abría mis ojos allí él estaba. Sin embargo, la realidad era que si él quería llegar a su trabajo al día siguiente, en algún momento, sin que yo lo notara, se levantaba de entre mis peluches, guardaba su revista y se iba a descansar.

¡Qué Seguridad!

Pero a lo mejor te preguntas, ¿pero qué tal cuando despertabas? Pues allí estaba mi mamá, como terminando la guardia, despertándome a la paz de un nuevo día, sin nada que temer. Yo había sobrevivido y ellos lograron su misión. ¡Qué seguridad!

He recordado estos sucesos durante las noches, mientras estoy sentada en la puerta del cuarto de mis hijos; leyendo, cantando y orando, para simplemente hacerles saber que estoy aquí velando sus sueños.

Luego de escuchar sus suaves y profundas respiraciones y esperar en silencio para confirmar que están dormidos y que duermen tranquilos porque mamá y papá están velando sus sueños, me digo a mí misma: todo está bajo control.

Con esta satisfacción de la seguridad que ellos sienten, me preparo para dormir. En las noches que no puedo dormir, me pregunto: ¿y ahora, quién vela por mí?

La verdad en el Salmo 121

Así, en el silencio de la noche he recordado la promesa de Dios en el Salmo 121:3-4: “No se adormecerá el que te guarda. Jamás se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel.”

Esta verdad me hace respirar profundo y exclamar: ¡Qué seguridad!

En esta ocasión no hay argumentos válidos que refutaran todas las opciones de seguridad que me ofrece mi guardador. Pues Él lo conoce todo, lo puede todo, su palabra es verdad y su cuidado no se desvanece en medio de la noche.

Hoy no tengo miedo de un muñeco maligno (aunque al verlo aún me dan escalofríos), pero sí el no saber qué pasará mañana. La ansiedad agobia al mirar al futuro incierto.

Las presiones de cumplir con las responsabilidades de esposa, de ser la madre que mis hijos necesitan, son atemorizantes.

Me ha detenido la falta de finanzas; el estrés, me ha robado el sueño; me he sentido desfallecer luego de una situación difícil.

Pero cada vez que levanto mis ojos a los cielos, allí está Él. Al pendiente de mí.

No importa el nombre que le puedas poner a la situación que te quite el sueño o te llene de miedo. Recuerda que al alzar tus ojos, Él está ahí, al pendiente de ti.

“Jehová es tu guardador.” (Salmo 121:5) ¡Qué seguridad!

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